Afrontar
la pérdida de un ser querido supone una dura prueba a cualquier edad y en el
caso de un niño es, en muchas ocasiones, el primer golpe traidor de una
realidad implacable. Un tema difícil que Roberto Parmeggiani y el ilustrador Vaz
de Carvalho exploraron en La abuela durmiente (Kalandraka) desde
la perspectiva de los recuerdos de quien nos deja y del que ahora se ocupan los
franceses Severine Gauthier y Amélie Fléchais en El
Hombre Montaña (Norma Editorial) desde la situación de los obligados a asumir el
duelo.
La
historia es la de un niño que sale en busca del viento para ayudar al abuelo
con quien tantos caminos compartió. El anciano ha comenzado a asumir que le
faltan las fuerzas mientras que el nieto, con la intrépida determinación de su
edad, se muestra inasequible al desaliento. En ese viaje, más iniciático que
nunca, el pequeño se encontrará con dificultades hasta entonces desconocidas y aprenderá
con quién puede contar y con quién no, antes de un final para el que no estaba
preparado.
Mediante
un texto conciso, de diálogos certeros en un tono que puede recordar en
ocasiones a algún pasaje de El Principito, el relato completa su
belleza poética con unos extraordinarios, maravillosos dibujos capaces de
imantar al lector a cada página aunque haya terminado de leerla.
Cómic
para deleitarse y conservar, El Hombre Montaña es un mapa de
ternura nada empalagosa que transita del crepúsculo a la madurez, un surtido de
subtextos sobre la tristeza y la esperanza, un recordatorio de las inevitables
dificultades de despedirse y crecer. Pero sobre todo es una lúcida reflexión
sobre cierta influencia recíproca, la de ésos seres queridos que cambiaron
gracias a nuestra alegría infantil y cuya obligada ausencia nos dejó un
profundo legado interior que nos acompañará siempre.Imágenes: Norma Editorial.
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