jueves, 9 de junio de 2016

El centenario de Roald Dahl


Cuenta la leyenda que, de niño, Roald Dahl ganó un premio consistente en una visita a Disneylandia guiada por el mismísimo Walt Disney. Años más tarde el autor reconocería que aquel encuentro con el mago de la animación le inspiró al admirado, cínico y siniestro Willie Wonka, así como buena parte de su libro Charlie y la fábrica de chocolate.
Sin duda un episodio memorable pero anecdótico dentro de la intensa biografía de un hombre de casi dos metros de alto que trabajó como funcionario de la compañía Shell en Tanzania, fue catador de chocolates Cadbury y pasó seis meses en el hospital cuando, siendo piloto de la RAF, su avión fue derribado durante la Segunda Guerra Mundial, pero todavía hay más porque Dahl también fue inventor, guionista de cine, autor de numerosos relatos y, según algunos biógrafos, agente secreto al servicio de Su Graciosa Majestad.

De ascendencia noruega, Roald Dahl nació en Gales en el seno de una familia acomodada y a los siete años fue internado en estricto colegio británico cuyos rigores educativos aparecerían luego en muchos de sus relatos. Tras su experiencia como piloto de combate vivió en Londres y en Washington donde comenzaría a escribir sus experiencias en la guerra para el Saturday Evening Post, época en la que también ideó a Los Gremlins. La costumbre de contar cuentos a sus cuatro hijos le decidió a escribir literatura infantil, publicando en 1964 Charlie y la fábrica de chocolate, a la que seguirían títulos como Los cretinos (1980), Las brujas (1983) o Matilda (1988). Historias a medio camino entre la realidad y la fantasía. Peripecias brillantes, políticamente incorrectas y divertidas desde un sentido del humor casi siempre negro.

Desaliñado, cascarrabias y maniático, Roald Dahl dio forma a la mayoría de sus relatos dentro de una caravana a la que llamaba “la cabaña de escribir”. El estricto ritual creativo incluía trabajar sentado en un sillón con una tabla apoyada en sus reposabrazos. Nadie bajo ningún concepto podía interrumpirle, con la única excepción de Quentin Blake, ilustrador de diecinueve de sus obras. Fallecido en 1990 a causa de una leucemia, Roald Dahl sólo pidió a los médicos una cosa: que le permitieran seguir comiendo chocolate hasta el final.

En este 2016 celebramos el centenario de su nacimiento. Una buena excusa para recuperar cualquiera de sus obras en nuestras lecturas veraniegas.


Imágenes: Alfaguara y prensa documental.

martes, 7 de junio de 2016

El Hombre Montaña.-Severine Gauthier & Amélie Fléchais (Norma)


Afrontar la pérdida de un ser querido supone una dura prueba a cualquier edad y en el caso de un niño es, en muchas ocasiones, el primer golpe traidor de una realidad implacable. Un tema difícil que Roberto Parmeggiani y el ilustrador Vaz de Carvalho exploraron en La abuela durmiente (Kalandraka) desde la perspectiva de los recuerdos de quien nos deja y del que ahora se ocupan los franceses Severine Gauthier y Amélie Fléchais en El Hombre Montaña (Norma Editorial) desde la situación de los obligados a asumir el duelo.
La historia es la de un niño que sale en busca del viento para ayudar al abuelo con quien tantos caminos compartió. El anciano ha comenzado a asumir que le faltan las fuerzas mientras que el nieto, con la intrépida determinación de su edad, se muestra inasequible al desaliento. En ese viaje, más iniciático que nunca, el pequeño se encontrará con dificultades hasta entonces desconocidas y aprenderá con quién puede contar y con quién no, antes de un final para el que no estaba preparado. 


Mediante un texto conciso, de diálogos certeros en un tono que puede recordar en ocasiones a algún pasaje de El Principito, el relato completa su belleza poética con unos extraordinarios, maravillosos dibujos capaces de imantar al lector a cada página aunque haya terminado de leerla.
Cómic para deleitarse y conservar, El Hombre Montaña es un mapa de ternura nada empalagosa que transita del crepúsculo a la madurez, un surtido de subtextos sobre la tristeza y la esperanza, un recordatorio de las inevitables dificultades de despedirse y crecer. Pero sobre todo es una lúcida reflexión sobre cierta influencia recíproca, la de ésos seres queridos que cambiaron gracias a nuestra alegría infantil y cuya obligada ausencia nos dejó un profundo legado interior que nos acompañará siempre.



Imágenes: Norma Editorial.

jueves, 2 de junio de 2016

Sueños de volar.- Teresa Marques & Fátima Afonso (Kalandraka)


Ya sea la épica del mito de Ícaro, ya sea la expresión “altos vuelos” para designar cualquier cosa que nos parece de importancia, desde tiempo inmemorial relacionamos el concepto volar con la gran fascinación inalcanzable del ser humano. Ése imposible con el que cualquiera de nosotros gozaría es el mcguffin de Sueños de volar, el libro de Teresa Marques ilustrado por Fátima Alonso acerca de la posibilidad de cumplir o no nuestros sueños.

A través de una chica decidida a salir de sí misma en busca de “un destino sin mapa”, Sueños de volar (Kalandrakaexpresa la necesidad de afrontar el reto de cambiar para crecer y qué mejor imagen que la de las aves a la hora de emprender ése vuelo con el que asociamos la libertad. Pero mucho cuidado porque soñar demasiado también tiene sus peligros: las aves tienen alas, nosotros no y por eso lo más difícil es mantener las dosis de realismo necesarias para saber hasta dónde podemos llegar con nuestros sueños.

Por eso Sueños de volar nos alienta a tirar del deseo y la voluntad para salir de la zona de confort, pero también nos advierte del peligro de soñar por encima de nuestras posibilidades y caer en ingenuos espejismos que sólo nos llevarían a la frustración, distinguir entre soñar y soñar tanto que lleguemos a olvidarnos de nosotros mismos. Una reflexión que conlleva dudas y miedo a lo desconocido, pero que los poéticos de dibujos de Fátima Alonso convierten en contemplativa y serena, una atmósfera de belleza etérea reconocida con una mención especial en el VII Premio Compostela de Álbum Ilustrado.


Dirigido a lectores a partir de 8 años, la belleza lírica de Sueños de volar anima a cada uno a encontrarse a sí mismo explorando el camino menos trillado. Con las debidas precauciones, eso sí, pero sin olvidar que, o intentamos hacer nuestros sueños realidad o podemos lamentar para siempre no habernos atrevido.


Imágenes: Kalandraka.